Expressa-Arte

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miércoles, 3 de noviembre de 2010

...Debes callar...

Por Daike Rucker


Debes callar, si a las estrellas deseas llegar

Debes reír, si el calor de tu alma deseas sentir

Debes soñar, si el límite no deseas respetar

Debes llorar, si tus penas necesitas desahogar

Debes observar, si alguna enseñanza pretendes incorporar

Debes bailar, si tu cuerpo deseas liberar

Debes serenarte, si algún obstáculo amenaza con frenarte

Debes amar, debes sufrir, debes observar una vida de principio a fin...

...Para poder vivir


domingo, 10 de octubre de 2010

Trencito

Locuras sin ton ni son pertenecientes a Daike Rucker.

ADVERTENCIAS: Por su salud psicológica recomendamos no intentar esto en casa,
o en el colegio, o en el trabajo... bueno, mejor simplemente no lo intente.
Y si ya estamos prohibiendo, mejor no lea que seguro tiene algo más interesante que hacer.

¿Nunca has sentido que todo el universo parece confabulado? No, no me refiero a que todo se confabula en tu contra. Simplemente, todo está confabulado para que no logres escapar de lo que quieren que hagas, sea bueno o malo. Es como si al nacer te embarcaras en un tren que recorre el infinito de cabo a rabo, llevándote a cuestas. ¿Y la única manera de escapar? Pues saltando por la ventana y desterrarte de aquel mundo. Y eso ya es imposible por culpa de esos repentinos saltos que te impiden llegar a la ventana. Y de pronto, cuando te resignas a quedarte y le tomas el gusto, un nuevo salto te hace volar directamente fuera del vagón.

¿Conclusión? Pues que es imposible escapar por voluntad propia, porque el trencito te empuja hacia donde quiere con sus caprichosos brincos, pasando por alto tus intenciones sin consideración alguna. Simplemente, todo está tan fríamente calculado que es una estupidez tratar de oponerse a ello. No nades en contra de la corriente. ¿Desesperanzador?

Pero la verdad, es que por más macabro que suene no es tan terrible. Porque en aquellos vagones de constante movimiento también hay gente como uno, que a veces trata de escapar, que otras se conforma; y al final uno termina divirtiéndose con ellos. Es como cuando vas al colegio: te obligan a aprender, pero nadie te impide formar amistades y divertirte. Y a eso le llaman ver el vaso medio lleno. O un cuarto de lleno. O quizá menos… Pero eso no es lo que importa. Lo importante es apreciar que tenemos al menos media gota. Es mejor que nada, ¿No crees?

Pero si lo ves medio vacío, o tres cuartos vacío, o lo que sea… aunque esté lleno a rebosar (cosa que no creo que ocurra) seguirás viendo que “podría caber media molécula más”. ¿No es estúpido? Lo malo es que todos somos así. En mayor o menor grado, claro. Pero somos así esencialmente.

Como decía, el tren es demasiado quisquilloso como para dejar que veamos el mundo color rosa sin ningún mal. Después de todo, para algo sirven esos saltos: para deformar lo bueno. Pero nuevamente me voy muy al lado negativo. Porque los saltitos también pueden enderezar lo malo. Simplemente, los saltitos cambian realidades. Y esto puede ser bueno o malo. Nuevamente, depende si ves el vaso medio lleno o medio vacío.

¿Por qué existen injusticias en este vehículo eterno? Pues porque le gusta ponernos a prueba. Nadie es 100% inocente. Nadie es 100% puro. Nadie es 100% corrupto. Nadie es 100% malvado. Es como el negro y el blanco: una fantasía. Así que no me vengan con que alguien no se lo merecía. Aquí, todos nos merecemos lo que tenemos: solo es cosa de descubrir el motivo que nos acredita.

¿Y quieres saber algo más? –no, probablemente no pero no importa– en la vida no todo es felicidad y tristeza porque lo merecemos; muchas veces es felicidad y tristeza porque al trencito se le da la gana de ponernos a prueba, de ver si somos capaces de seguir bailando entre tantos saltos, de seguir conversando cuando amenaza con descarrilarse y si somos capaces de tomarlo todo con calma cuando serpentea entre colinas. ¿Entiendes? Puede que simplemente quiera ver como reaccionas, si lo logras superar. Porque si sobrevives, serás mucho mejor… y si no lo logras, tendrás que esmerarte mucho más para la próxima.

Solo esperemos que no decida lanzarte por la ventana por inútil.

Nah, no es para tanto. Solo digo que te tienes que esforzar, que no todo es un regalo/castigo divino. ¡Por favor! Dios fue creado por el hombre y a su semejanza. Porque sí, es posible que haya una fuerza que lo abarque todo mucho más allá del mundo dentro de los vagones y posiblemente controle al mismo trencito como este nos controla a nosotros… pero no tiene forma de señor de edad con barba que se pasea desnudo y que vive en las nubes rodeado por un séquito de ángeles con alas blancas, aureola y arpa. Tampoco es como que si compras una super máquina perforadora logres llegar al infierno con un diablo rojo con cuernos que se la pasa bailando carnaval. Y perdonen si ofendo, pero dudo que sea así.

Así que no hay un ser superior que te “mira” y te manda bajo tierra mediante una súper grieta aparecida de la nada.

Se tu mismo, sigue tus creencias y no te dejes engrupir por cualquier persona. ¡Pero tampoco la desprecies! Una religión, una creencia y/o una filosofía de vida se crea en base a muchas teorías distintas, tomando un poco de acá y un poco de allá… ¡No es más que cocinar y experimentar! Si te equivocas de receta, te envenenas y listo… Nah, no es así, solo estoy bromista. Toda receta se puede enderezar. La cosa es prestar atención a cual es el ingrediente que te falta e incorporarlo. Y no esperes obtener el mismo producto que el del horno vecino.

¿En qué iba? Ah, sí. Si lo haces mal, lo más probable es que aún lo puedas volver a hacer una y otra vez, hasta que lo logres. ¿Crees en la reencarnación? Yo sí, pero no como se plantea en todas partes. Tómalo como que cada vez que logras superar un objetivo, pasas al próximo vagón, acerándote cada vez más a la locomotora. Si de un brinco te lanzan por la ventana, ten por seguro que ese ente que controla todo te recogerá y te permitirá volver a empezar… eso sí, desde el vagón de más atrás. Esto es como el 1, 2, 3, momia es. Si haces algo mal, vuelve a intentar. Si le coges el truquillo (debe de ser uno bien escondido que no se dónde está) lo más probable es que vallas cómo avión… bueno, como avión no por que dudo que quepa dentro del tren…

En fin… no creo que esto tenga una estructura demasiado organizada. Simplemente, es un monólogo sin sentido (o quizá con mucho, quien sabe). Si estás leyendo aún, te recomiendo que comiences a ocupar tu tiempo libre en algo más productivo. ¿Te repito lo que siempre me dice mi papá? Deja en paz la filosofía barata.

En realidad, no se con qué cara doy esa recomendación (probablemente con mi cara de siempre, que no conozco otra) por que yo soy la primera en iniciar este tema… Pero bueno, mejor me voy antes de que te quedes dormido frente a la pantalla.

viernes, 25 de junio de 2010

Vampiros y Licantropos


...Leyendas...

...Vampiro y Licantropos...

Por: Daike Rucker

Tiempo atrás, cuando las criaturas aún vivían en armonía, existió un hombre con poderes increíbles. El destino había jugado con los genes y las personas, uniendo y separando, con el fin de que en este hombre, los poderes se manifestasen de una forma ni siquiera imaginada. Dicen, que él fue el padre de dos razas que moldearían fuertemente el futuro de su mundo.

Este hombre, tenía de madre un espíritu errante. El dolor de la separación y la agonía de seguir en el mundo sin estar viva, la habían llevado a cometer actos atroces. En su corazón había crecido el desprecio y el odio hacia toda criatura viviente, y pronto había comenzado a dominar los animales, entrando en ellos, obligándolos a acometer barbaridades. Ella, buscó como compañero un arcángel. Él, había sido desterrado hace ya tiempo de la gracia de Dios, y encontró en lo obscuro su verdadera pasión. Al encontrarse ambos, fantasearon con crear una raza poderosa, capaz de imponer su fuerza por sobre las demás razas y que, de esta forma, se vengasen de los vivos. Para esto, unieron sus poderes y, mediante magia negra, ella tomó la forma de un lobo y engendró en su vientre una criatura. Esta criatura, fue nuestro hombre.

Dicen que cada ser, al nacer, es tan puro como la naturaleza. Dicen, sin embargo, que poco le duró la inocencia al hombre, ya que la loba murió en el parto, y la espíritu errante, al verse despojada del cuerpo que le proporcionaba algo de paz, cayó presa de la furia y destripó al arcángel, que en ese desafortunado momento quería visitar a su hijo. La sangre y las entrañas cubrieron al recién nacido, quien por la impresión abrió la boca para gritar y únicamente logró tragar la sangre de su padre. Así, la maldad del arcángel se mezcló con la sangre del niño, que en un ataque que pretendía liberarlo, se transformó por medio de un doloroso proceso en un lobo.

La espectro huyó, ya que vio en su hijo una criatura más poderosa de lo que había imaginado, una que podría destruirla sin problemas. Así fue, como la criatura creada creció sin padres, obligado desde temprana edad a valerse por si mismo. En sus ansias de hambre, descubrió que su forma de lobo no era detectada por otros animales, y que la sangre de estos lo mantenía fuerte.

Creció y creció, y cuando llegó a hombre adulto, ya había perfeccionado y aprendido sobre sus poderes. Supo que la luna tenía poder sobre él, y que el día lo debilitaba de sobremanera. Supo que podía dominar a cualquier criatura con la mirada, inspirando terror con el mínimo gesto u ordenar por sobre cualquier voluntad. También, descubrió que la sangre era, de hecho, el único alimento que soportaba, que la de seres parecidos a él -con forma humanoide- era mejor que la sangre animal, y que le confería grandes sumas de poder al ser el elixir de la vida.

Con el tiempo, su soledad creció. Su nombre, ahora olvidado, creaba tal pavor que al poco tiempo hubo de esforzarse por conseguir nuevas víctimas, ya que su paso estaba marcado por el abandono del hogar de miles de criaturas de todas las especies. Los rumores corrían por todos lados, siendo cada uno más increíble que el otro. Se decía que mataba con una mirada, que podía esclavizar la voluntad y que se alimentaba del alma de todo ser vivo, que si te encontraba quedabas condenado a vagar eternamente, obedeciéndole, que comandaba un ejército de criaturas malévolas y que se volvía sombra para atacar sin ser visto.

La verdad de él, nadie la supo jamás, ya que nadie lo veía y salía con vida para contarlo. Y él, en medio de su odio por si mismo y por el resto, volvía cada vez más feroces sus ataques, matando sin piedad de las formas más horrendas. Y entre todas estas masacres, surgió de pronto una criatura que lo buscó.

Ella, era un hada de la tierra, corrompida cómo las había pocas (en especial de este elemento). Se dice que ella fue de las primeras en su especie en utilizar su magia para fines malévolos, experimentando con animales y plantas, traicionando sus principios y su raza. Se dice también, que ella vivía en las cuevas, y que en las profundidades de estas había encontrado profundas grietas que llevaban hasta el mismísimo infierno. Hay quien dice que ella fue Lillith, la primera mujer, desterrada del Paraíso por exigir igualdad. Hay quien dice que esta historia es, en cambio, una farsa para explicar su odio hacia Dios y su afición por el Diablo. Hay otros que aseguran que, dada su naturaleza, era imposible que hubiese sido realmente la primera mujer, ya que provenía del Exilio.

¿La verdad? Pues es más que probable que todas las historias tengan algo de cierto. Que odiaba todo lo divino y reverenciaba lo obscuro y corrompido, totalmente cierto. Que fue ultrajada y humillada, desterrada de algún magnífico lugar, destinada a soportar eterna vergüenza, también está en lo correcto. Que la venganza se le presentó como una jugosa oportunidad, y que esta se le presentó en la maldad, es probablemente la parte más verídica de toda su historia.

Pero todo esto poco importa, pues lo único de importancia era que vio en este hombre a su pareja ideal. Un sanguinario y malévolo personaje, que al igual que ella -o por lo menos eso dicen- bebía la sangre de sus víctimas y poseía poderes sobrenaturales incluso entre los seres de fantasía. El único hombre que podría ser capaz de doblegar su rebelde espíritu, de apagar en ella la llama de desprecio hacia si misma, aquel que podría ver en ella su igual, el ser con el que podría atravesar la eternidad entre pecados, lujurias y violentas dominaciones. Por que supo que su alma, solo podría convivir con otra semejante, una con la cual competir, con la cual dañar y dañarse, con la cual materializar su venganza y a la vez vivirla en carne propia.

Y tal cómo ella lo predijo, cuando él la vio reconoció en ella la compañera con la cual atravesar la eternidad, la compañera que le proporcionaría los desafíos y retos que ningún otro mortal le ofrecía, y por sobre todo, alguien en quien sentirse conformado en cierta medida al comprobar que no era el único maldito.

Durante varios años la paz volvió a reinar, puesto que ambos ya no se interesaban en el pavor que podían generar, sino que en como hacer sufrir al otro y sentir el dolor que un igual era capaz de provocar.

Sin embargo, pronto en ambos corazones nació el deseo de dejar una descendencia igual o más feroz que la propia. Odiaban lo que eran, y en cada segundo trataban de hacerse daño para desahogarse, pero el amor por la raza propia era tal que pronto ni siquiera la compasión por las torturas que sus hijos podrían soportar les impidió que tomasen aquella firme resolución. Y en una noche sin luna, en medio del frenesí y a lujuria, ella quedó preñada del que había sido su único igual.

Durante varios años cargó con la carga, y en varias ocasiones estuvo a punto de perderla. Mas, cuando ya se cumplía el noveno año, una noche en que él salió a cazar por ambos, ella dio a luz entre las tinieblas de aquella noche de invierno. Y cual no sería la sorpresa del padre al regresar y encontrarse de que habían dos criaturas, de un tamaño bastante más grande que el de un nacido común, esperándolo a la entrada de la cueva. La madre alimentaba orgullosamente a sus criaturas, dándoles sangre de sus pechos en vez de leche.

Rápidamente, ambos muchachos -pues habían sido dos varones- crecieron y aprendieron las satisfacciones de la caza, de la piel desgarrándose, la sangre fluyendo y los músculos destrozándose entre sus dientes. Pocos años les tomó aprender las artes que habían heredado de su madre y su padre, y también pocos años les llevó el que naciese entre ellos una gran enemistad.

Sus nombres han quedado olvidados con el tiempo, y solo se les recuerda ya por las habilidades que desarrollaron cada uno. El primero de ellos -realmente no el mayor, pues ambos nacieron al mismo tiempo desgarrando a la madre quien se salvó solo por sus brujerías- encontró la satisfacción en la sangre de sus víctimas, y pronto comenzó a dejar de lado el resto del cuerpo. El segundo, en cambio, se interesó por la carne, que era más nutritiva según él y que proporcionaba mayor placer al desgarrar. Y al contrario de lo que se pensaría -de que ambos se complementaban-, se volvieron sumamente reacios a compartir sus presas.

Además, ocurría un hecho algo particular cuando cualquiera de los dos atacaba, y era el hecho de que la víctima en cuestión no solía morir, sino que permanecía en el limbo de los vivos y los muertos, perdiendo su voluntad y siguiendo a su atacante. Estos nuevos muertos vivientes adquirían algunas de las características de los hermanos, y los más poderosos se decía que aspiraban a lograr la conversión a animales. No había ninguna criatura que se salvase, y ya sea un gigante o un espíritu, perdían todo poder y característica para tomar la forma humana de esta nueva raza.

Cuando ambos hermanos llegaron a la edad madura, sucedió que un día se pusieron a discutir. La disputa pasó a amenazas y ya estaban ambos por atacarse cuando intervino su padre y su madre. La adrenalina -y quizá algo de conveniencia personal- terminó por controlarlos, y antes de que nadie pudiese hacer nada ambos padres estaban muertos en el suelo. Hechándose la culpa el uno al otro, los hermanos se separaron para siempre, llevándose a sus seguidores, instruyéndolos y alejándose cada vez más el uno del otro.

Muchos poderes perdieron con el tiempo al alimentarse de seres inferiores, y poco a poco cada uno tomó su rumbo, cambiando.

El primero aprendió a transportarse en los rayos de luna, mientras que el segundo descubrió facilidad por transformarse en noches de luna llena, limitándose sin darse cuenta hasta ya no serle posible cambiar a su forma animal sin la influencia del astro. El primero aprendió las artes de convertirse en murciélago y otros animales nocturnos, además del lobo heredado de su padre, mientras que el segundo fue sedentarizándose cada vez más en el animal adquirido genéticamente, rechazando gradualmente su influencia en los demás.

Así, poco a poco cada hermano acuñó su propio nombre, el nombre de su raza. A uno, lo llamaron Vampiro. Al otro, Licantropo u Hombre-Lobo.

jueves, 24 de junio de 2010

...Déjalo ir...

...Déjalo ir...

Por: Daike Rucker

Vete. Vete de aquí. Vete de una vez. ¿Por qué no entiendes? Tú te debes ir. ¡Vete! No perteneces a este lugar. ¿Por qué sigues aquí? Ya es suficiente. ¡Vete! ¿Por qué la testarudez? Tu no perteneces aquí. ¡Fuera! Vuelve por tu propio pie. ¿Acaso esperas que te obliguemos? ¡Fuera de una buena vez! Si fuiste lo suficiente intrépida para venir, ¿Por qué no eres lo suficiente inteligente para marcharte? ¡Vete! No nos fuerces. Sabes de lo que somos capaces. ¿Qué es lo que te ata?

Ah. Así que es por eso que no te vas. ¡Ya vete! Sabes que no puedes hacer nada. Ya lo tuviste, ahora déjalo ir. ¡FUE-RA! ¿Cuantas veces te lo tengo que repetir? Recuérdalo en su momento, déjalo partir. Se inteligente, vete. ¡Largo! Admítelo, ya nada puedes hacer. ¡Ni lo pienses! Tu aún tienes una vida por delante. ¡Ya basta! Nuestra paciencia tiene un límite. ¡Tu deseo es imposible! Admítelo, son de dos mundos distintos. ¡Déjalo partir! Esta es nuestra última advertencia. ¡Vete!

Eso es. Así está mejor. Tranquila. No se acaba el mundo. Eso. Guarda tus lágrimas, no te servirán de nada. ¿Viste?, no era tan difícil. ¡Adiós!, y espero no verte durante muchos años.


...Presentimientos...

...Presentimientos...

Por: Daike Rucker

Cuando hoy en la mañana me desperté, sin motivo alguno una sensación de pánico me llenó, y de inmediato no pude evitar pensar en madre. Hace ya tiempo que no la veía, y en el estado de salud que la deje la última vez, me sorprendía que mi consciencia no me hubiese carcomido más.

Supongo, que lo adecuado sería contarlo todo desde el principio, pero me resulta demasiado doloroso recordarlo. Sobre todo, por que se que fue mi culpa. Ya estoy cansado de escuchar una y otra vez que yo no pude hacer nada, porque la verdad es que sí podía hacer algo. Podía hacer mucho. Debí hacer mucho. Debería haber sido yo el que quedase sangrando en la calle, luego de que aquel auto salido de la nada omitiese la luz roja y provocase aquel terrible accidente.

Y que paso? Pues que era el cumpleaños de mi hermana Angeline, la pequeña Angeline. Ella, la alegría de la familia, que había nacido cuando ya no creíamos que madre fuese a tener otro hijo. Ella, la pequeña Angeline, la que nació cuando yo tenía veinte años y a la cual crié casi como una hija propia. La más querida de toda la familia. La más hermosa de toda la familia. ¡Ay que triste y cruel destino que nos gobierna! Aquella debía ser la noche perfecta para ella, y terminó siendo un infierno. Una pesadilla de la cual aún no se si he despertado, y dudo que algún día logre despertar.

Todo parecía perfecto. Angeline, nuestra pequeña Angie, había soplado las quince velitas de su torta de chocolate, su favorita, y había desempaquetado sus numerosos regalos que toda la familia le habíamos traído. Y eran muchos, por que eramos una familia numerosa (mi madre con sus tres hermanos y su hermana, mi padre con sus tres hermanos y dos hermanas, mis cuatro hermanos y mis dos hermanas y todos nuestros primos, que sumaban en total diecinueve y nuestros abuelos y abuelas) y le solíamos hacer más de un regalo. Era nuestra Angie, y la mimábamos con todo lo que teníamos. Recuerdo que le regalé un oso de peluche gigante y una pulsera azul, su color favorito, que tenía una piedra con un espiral grabado. Según había leído, el símbolo proporcionaba protección. ¡Ay! Temo que le regalé la pulsera a la persona equivocada. ¿Por qué no hice caso a mi mal presentimiento aquella mañana? Pero no saco nada con autoculparme. Ya no sirve de nada ver los signos que estaban claros como el agua, porque ya había sucedido la desgracia.

Cuando salimos del restorán, nos encontrábamos todos eufóricos por el éxito de la fiesta de nuestra Angie. Habíamos aparcado al otro lado de la calle, y nos disponíamos a cruzar. En el instante mismo en que madre puso un pie en la calle, me llenó nuevamente aquella sensación de pánico que había experimentado aquella mañana. Anonado, solo pude ver cómo ella cruzaba la calle, y en el instante mismo en que se encontraba al medio del paso peatonal, una camioneta negra pasó volando, arrollando a madre y dejándola inconsciente en el suelo, sangrando sin control.

Llamamos a una ambulancia y se llevaron el cuerpo de madre al hospital, donde lograron a duras penas reanimarla. La camioneta la ubicaron poco después, y el conductor fue arrestado por conducir borracho. Ni siquiera le adjuntaron la pena por intento de homicidio. El hecho de que no tuviera consciencia en su estado y que madre no hubiera muerto le salvaban de muchos años de cárcel. Pero eso no significaba que el bastardo no se los merecía. El muy idiota se había ganado una multa y una noche en la cárcel para que se le despejen as neuronas. Y luego, libre cómo un pájaro.

Pero ese no es el tema. Madre fue trasladada luego de un par de horas de la sala de urgencias, y ya habían pasado tres semanas desde el accidente. Estaba recuperándose asombrosamente bien, pero aún le quedaban unas semanas interna antes de darle el alta.

La pobre Angie quedó traumada luego de ver a madre a las puertas de la muerte, entre el filo de la vida y la muerte. No se separó en ningún momento de la cabecera de la cama que le asignaron a madre, y no pasó ni un solo día sin que llorase por lo sucedido. Yo deseaba ayudarla, ya que era su hermano mayor, pero la culpa me impedía acercarme al hospital. Era mi culpa. Lo sabía. Había sabido desde un principio de que algo malo sucedería aquel funesto día, había sabido desde un principio que algo no estaba bien cuando madre puso un pie en la calle para cruzar, lo había sentido desde un comienzo, pero no había sido capaz de impedir que el accidente ocurriese. ¿Cómo dormir con la consciencia tranquila sabiendo que todo había sido mi culpa?

Y ahora, ese maldito sentimiento me volvía a llenar el pecho, haciendo que quisiese correr desesperadamente sin una meta fija. Me levanté de un salto, dispuesto a no cometer nuevamente le mismo error. Se me había avisado antes, pero yo no había hecho caso. Se me avisaba ahora, y no iba a perder mi oportunidad ni permitir que algo malo sucediese nuevamente.

Me puse unos pantalones y una camisa al azar, junto con unas zapatillas que, sin motivo aparente, me hicieron recordar que había sido Angie la que me las había regalado, diciéndome que “Nunca te cansas de correr de un lado al otro. Pareciese que siempre te falta el tiempo”. Y valla que ahora me faltaba el tiempo. Corrí escaleras abajo de mi departamento, ya que el maldito ascensor estaba malo, pero cuando salí a la calle, me invadió la duda. ¿Adónde debía ir? ¿Quién era el que estaba ahora en peligro? Decidí llamar uno a uno a cada miembro de mi familia, rogándoles que hoy no saliesen de casa pues tenía un mal presentimiento. Ellos, como sabían sobre mi mal presentimiento antes de accidente de madre, me aseguraron que se quedarían en donde estaban. Aquello me alivió, hasta que me di cuenta que había una sola persona a la cual no pude ubicar. O mejor dicho, a dos. Angie y madre.

Corrí desesperadamente hacia el hospital, sin tener tiempo de parar siquiera un taxi. Llegué allí en poco tiempo, ya que viví cerca del edificio. Una vez dentro, pregunté por la habitación de madre, ya que al no haberla ido a visitar, no sabía en donde estaba. Corrí escaleras arriba, pues me di cuenta de que el ascensor era muy lento. Cuando llegué a su habitación, abrí de un portazo, y me encontré con la escena que esperaba con todo mi corazón hallar: Angie sentada a la cabecera de madre, hablándole de trivialidades para distraerla. La risa de ambas fue cómo un regalo de Dios, y me precipité sobre ambas, abrazando fuertemente a Angie y luego a madre. No cabía en mí del alivio.

Entre agradecimientos por encontrarlas a salvo, les comenté de mi mal presentimiento, y luego me dispuse a hablar con madre (cosa que debí hacer hace ya mucho tiempo). Todo parecía salir perfecto, y nos pasamos horas hablando y riendo los tres. Cuando le trajeron el almuerzo a madre, Angie y yo decidimos salir de la habitación para dejarla descansar, y ya que ninguno había traído almuerzo, bajamos a la cafetería a comer algo.

Comimos, reímos, y me olvidé de mis temores. Mientras me contaba de cierto enfermero guapetón que andaba por ahí, entre desaprobaciones mías y risas suyas, me fijé de repente en que no llevaba la pulsera que le había regalado. Cuando le pregunté por ella, Angie simplemente me dijo que se la había prestado a madre, pues consideraba que ella la iba a necesitar más. No se por que, pero en aquél momento me sentí preocupado. Quería que Angie tuviese la pulsera, pues no quería que nada le pasase. Pero ella tenía razón. Madre la necesitaba más y, después de todo, estábamos en un hospital. ¿Qué nos podría pasar?

Así que cuando terminamos, decidimos subir nuevamente para no dejar a madre sola. Y en el momento mismo de que ambos pusimos un pie en las escaleras, el pánico me invadió de nuevo. Aterrorizado, paré a Angie y ambos decidimos subir por el ascensor, pero nuevamente le pánico me invadió. No podíamos subir. Intentamos con otras escaleras, y otros ascensores, pero siempre me entraba el mismo pánico. Al final, Angie se hartó y decidió subir por una escalera al azar. El pánico me dominó y le rogué que no siguiese subiendo, al punto de yo mismo arriesgarme e intentar seguirla. Pero ella ya me llevaba la delantera, y cuando yo apenas había alcanzado a subir unos peldaños, y ella ya estaba por llegar arriba, el tiempo se paró.

Con dolor recuerdo aquellos instantes, en donde sin poder hacer nada veía como de la nada, un esquizofrénico que estaba hospitalizado y supuestamente sedado se había escapado y, en su desesperación por huir, empujó a Angie a un lado. Ella, perdiendo el equilibrio, rodó por la escalera, mientras en uno de los rebotes el desagradable sonido de un hueso al quebrarse llegaba a mis oídos.

Inmediatamente después, llegaron los médicos atendiendo a mi pequeña Angie que yacía entre mis brazos, bañada por mis amargas lágrimas. Nuevamente, lo había sabido. Nuevamente, lo podría haber evitado. Nuevamente, todo fue mi culpa. Esta vez, no fue madre. Esta vez, fue el ángel que iluminaba mi vida. La pequeña Angeline, la dulce y pequeña Angie, la alegría de la familia, la más querida y consentida de todos.

Ella estaba muerta. Lo supe cuando llegó a mis brazos, en medio de una oleada de desesperación y desazón. Luego supimos que, al caer por las escaleras, se había quebrado el cuello y golpeado en la cabeza, produciendo un derrame cerebral. Nada pudieron hacer los médicos, pues según dijeron, ella murió en el acto. Nuestro único consuelo, era que había sido una muerte sin dolor. Menudo consuelo. Era cómo que te quemaran la casa que aún no habías terminado de pagar y que no tenía seguro y te dijesen que por suerte, aún no había pasado el cartero, y que por lo tanto no se habían quemado también las cartas de aquél día.

Por qué? ¿Por qué tenía que ser yo el responsable de su muerte? Me dijeron que no fue mi culpa, que yo no podía prever que un ezquisofrénico que se suponía que estaba sedado y en un estado de casi muerto se escapase y eligiese justo aquellas escaleras para bajar. Que tampoco fue mi culpa el no detener a Angie, pues ella sabía de mi presentimiento y aún así me había desobedecido. ¿Y si hubiésemos tomado otra escalera? Probablemente hubiese sido otro paciente el que se saliese de control y empujase a mi hermana escaleras abajo. ¿Y si hubiésemos subido por un ascensor? Probablemente se hubiese caído o algo así. Sea cómo sea, ella hubiese muerto. O eso decían. Yo sabía la verdad. Se me había avisado. Todos los signos habían estado allí. Yo había vestido algo que me había regalado madre cuando había ocurrido el accidente, e igual que esta vez, había recordado lo que me había dicho. Y había tenido esa preocupación al ver que Angie no llevaba la pulsera. ¿Por qué me preocuparía si no fuese que ese día, Angie debería haber tenido su pulsera puesta? Y había experimentado el pánico cuando ella pisó esas escaleras, y no la había podido detener.

Todo era mi culpa. Igual que la otra vez, solo que esta vez, había estado preparado. Había estado sobre aviso, porque ya sabía lo que significaban los distintos signos. ¿Y qué había hecho? Ver como Angie subía las escaleras, ver como la pequeña Angie era empujada por el ezquisofrénico y rodaba escaleras abajo, hacia su muerte, y sobre todo, tener a Angie en mis brazos mientras la vida le abandonaba. Eso era todo lo que había hecho.

Cuando madre había sufrido el accidente, me pareció que me encontraba inmenso en una pesadilla, de la cual aún no estaba seguro de haber salido, y de la cual no sabía si iba a lograr salir alguna vez. Ahora, que el cuerpo de la pequeña Angie descansaba sin vida entre mis brazos, supe que ya no iba a poder salir de la pesadilla. Porque estaba destinado a cargar con el peso de la muerte de nuestra pequeña Angeline sobre mis hombros. Porque solo yo la había podido detener, y la había dejado caminar hacia su muerte. Y al tener el cuerpo de la que fue la más alegre de la familia en mis brazos, supe que no sería la última víctima de mis presentimientos. Y que al igual que las primeras dos veces, con madre y Angie, no podría evitarlo a pesar de tener todas las posibilidades.

...Drogadicto...

...Drogadicto...

Por: Daike Rucker


Las lágrimas corrían por su rostro. No podía evitarlo. Había fallado. Otra vez. Y lo peor de todo, es que no había sido la primera. Y tampoco sería la última. No podía evitarlo.

Aspiró con fuerza, introduciendo la droga en sus pulmones. Enturbiando su mente. No quería pensar. No quería escuchar. No quería vivir. Pero suicidarse no era opción. ¿O sí?

Hazlo -Dijo aquella voz de su mente- Hazlo y le harás un favor a todos.

Volvió a inhalar. En vano trató de que él desapareciese. Lo odiaba. No lo soportaba.

Pero mi me odias a mi -Objetó la voz- ¿Qué queda para ti?

Lo odiaba. A él. Y a si mismo. Maldición, él siempre sabía donde lanzar sus pullas. Se encargaba de ser un feliz recordatorio e todos sus errores. No lo soportaba.

¿En serio? ¿Tan mala es mi voz? Pero si yo creía que nos estábamos llevando tan bien...

Fumar. Eso era lo único que lo mantenía lo suficientemente poco lúcido como para no llegar a suicidarse. La voz tenía razón. Quizá suicidarse fuese lo mejor que haría en su vida. Pero no podía. Se había enamorado y la había condenado a ella. Y por más que quisiese, ya no podía pensar en acabar con su vida sin sufrir pensando que la abandonaría. La extrañaría demasiado donde fuera que fuese.

Pero ella no te extrañaría. Tu y yo lo sabemos. No después de lo que hiciste.

Fumar. No imaginaba vivir sin su dosis diaria de droga. El dolor y el arrepentimiento eran mil veces mejores si todo te daba vueltas y pensar es algo demasiado abstracto. Pero no desaparecía. Y él se encargaba de recordárselo. Sus errores. Todo lo que no había hecho. Lo que no había sido. Lo odiaba.

Ya sabes que hacer para que me valla.

Sí. Lo sabía demasiado bien. Pero no iba a hacerlo. ¿O sí?

Hazlo y me iré.

Fumó. Con desesperación. Creía recordar que había que resistirse. Pero pensándolo mejor, ¿Por qué no? ¿Qué podía ser peor que la voz de él? Sin él, podría volver a empezar. Olvidar sus errores pasados. Intentar vivir mejor.

Hazlo.

Su mano se dirigió hacia el cajón de su cómoda. Sabía lo que había allí. Lo había comprado hace tiempo. Se había estado resistiendo. Pero ya no había nada que pudiese empeorar.

Hazlo.

Se trasladó al baño de su pieza. Ya no rodaban las lágrimas. Luego sufriría por su amor. Ahora tenía un asunto que atender. Preparó la heroína. Llenó la jeringa y se la clavó en el brazo. No se preocupaba. Nada podría ir peor. Vació la jeringa en su vena. La droga lo golpeó con fuerza. No estaba preparado. Pero había conseguido lo que quería, ¿No?

La risa de él resonó en su mente. Suave al principio. Luego estrepitosa. Se reía de él. E su estupidez. Y entonces lo comprendió. El engaño. Había caído. Igual que la primera vez. Igual que cuando había empezado con las drogas.

¿De veras crees que te dejaría toda la diversión a ti? ¿De veras creías que el deshacerte de mi te dejaría libre?

Se había dejado engañar. Otra vez. Era un círculo vicioso del que ya no sería capaz de salir. Por que él siempre lograba hacerlo caer.

Y de pronto tuvo la certeza de que él ya tenía todo planeado. Que no había sido el primero en caer. Y desde luego, tampoco el último.

Y mientras la droga lo tomaba rápidamente, supo con certeza de que había fallado. Igual que le falló a ella. Igual que le falló a todos. Igual que seguiría fallando.

Por que era un maldito drogadicto...

Historia de una Mosca


Historia de una Mosca

Por: Daike Rucker


Hoy en la mañana por fin sali de mi “empupscion”, mis padres me habían dejado como larva en un trozo de carne donde he comido y crecido. Al mirar a mi alrededor me doy cuenta que me encuentro en un basural… ¡que buenos padres tengo!, en medio de mi felicidad, veo una hamburguesa a medio comer y una botella de Coca-Cola que aún tiene algo de bebida, y dando gracias a dios por tener unos padres tan preocupados por mi, me dispongo a comer mi desayuno.

Luego de comer, vislumbro un camión de basura, y picada por la curiosidad me dispongo a seguirlo para ver adonde va.

Después de volar un rato, mientras pasaba cerca de una plaza, me llega un olor exquisito y olvidándome del camión de basura me apresuro a ir al lugar de origen de aquel olor cautivador, y al llegar al lugar, me doy cuenta que es… ¡caca de perro! Y feliz de la vida me dispongo a comer mi almuerzo con otras mosquitas que han venido a darse un festín.

Luego del almuerzo, decidí hacer una siesta para luego explorar la plaza, y mientras iba volando por ahí… ¡PAF! Una hoja de diario me golpea y me deja mareada, y al volver en mi, miro el titular… “estudios científicos demuestran que las moscas solo viven un día”… ¡¡¡horror!!! ¿Mi vida se acabara en algunas horas?.

Mareada por el shock entro en una casa por una ventana abierta, allí todos se ponen a gritarme como locos, pero en mi deprecion no me doy cuenta, hasta que alguien agarra un matamoscas y ya es demasiado tarde.

Estaba equivocada, no me quedaban horas de vida, sino minutos y segundos.

Aclaración: Daike Rucker es mi nombre real, Danii_13 es uno de mis seudónimos más comunes en internet (también suele ser Danii Vampira o parecidos).

...Sola...

Por: Daike Rucker

Sola. Así he estado siempre. Sola. Así he de estar. Sola. La esencia de mi vida. Sola. Mi única verdad. Sola. Quiero romper el círculo vicioso. Sola. Pero a nadie me puedo acercar. Sola. Siempre soportando el silencio. Sola. No se me puede ayudar.

Sola. El tiempo pasa sin detenerse. Sola. La vida debería acabar. Sola. El mundo cambia y perece. Sola. Pero yo me condeno a respirar. Sola. Los árboles envejecen. Sola. El invierno golpea con crueldad. Sola. Caen las frágiles hojas. Sola. Su abrigo ya no está.

Sola. Y ya no llega ni primavera ni verano. Sola. El bosque morirá. Sola. Y quedará su triste espectro. Sola. Acompañando mi soledad. Sola. Y el sol se mudará. Sola. Y los pájaros dejarán de cantar. Sola. Porque todos de mi huyen. Sola. Por que huyen del mal.

Sola. Y la luna seguirá su rumbo. Sola. Ahora anclada a este lugar. Sola. Porque la luz me rehuye. Sola. Para que otros no vean mi mal. Sola. Y las estrellas se apagan. Sola. Y las nubes me cubrirán. Sola. Las tinieblas serán mi abrigo. Sola. Y me quitarán cualquier rastro de humanidad.

Sola. Y viviré presa de la melancolía. Sola. Torturada por mi propia oscuridad. Sola. Y rogaré por que se me perdone. Sola. Que se me deje ser normal. Sola. ¡Ay cuánto odio mis alas! Sola. Solo recuerdan todo lo que hice mal. Sola. ¡Ay cuánto odio mis tatuajes! Sola. Me catalogan de la oscuridad.

Sola. Cuánto añoro el fuego. Sola. Cuánto añoro el hogar. Sola. Pero todo eso está prohibido. Sola. Porque contagiaría mi maldad. Sola. Ya no recuerdo lo que era la compañía. Sola. Ni el amor de una familia. Sola. Ojalá la muerte me llevara pronto. Sola. Ojalá dejara de odiar.

Sola. Así he estado siempre. Sola. Así he de estar. Sola. La esencia de mi vida. Sola. Mi única verdad.

Sola…


...Espejos...

...Espejos...
Por: Daike Rucker

Espejos. Nada más que espejos. Después de esto, seguro que nunca más me acercaría a uno… si es que había un después. No quería volver a ver ese maldito vidrio en mi vida. Pero estaba condenada. Condenada a ver mi reflejo repetirse hacia el infinito, imitando mis movimientos, burlándose de mis cada vez más desesperados intentos por escapar. No me merecía esto, pero nadie me había preguntado si de verdad era lo que quería. Simplemente sucedió, y no lo pude evitar.

Estaba en mi hogar, un apacible refugio en el bosque. Amaba la naturaleza, y más cuando llegaba la época invernal, cuando los árboles quedaban desnudos y el suelo se cubría de nieve. De hecho, me encontraba admirando los frágiles copos que caían, arrastrados por el viento en su caída hacia el blanco colchón que ya habían formado sus hermanos, cuando sentí un golpe en la nuca y todo se oscureció.

Cuando amanecí, me sobresalté al encontrar frente a mí una muchacha, que tenía en su rostro pintada una expresión de sorpresa. Tardé algo así como un minuto en darme cuenta de que me encontraba frente a un espejo, y que la muchacha era mi reflejo. Algo aturdida, me pasé una mano por la nuca, sintiendo una costra bajo mis dedos. De golpe, volvieron a mí los recuerdos, y comprendí que alguien me había secuestrado.

Parándome con cuidado, sentí como mi cabeza daba vueltas y me apoyé en el vidrio para no perder el equilibrio. Cuando el mareo mitigó, me di la vuelta y descubrí que había más de un espejo… de hecho, el lugar en el que me encontraba parecía que ocupaba estos como muros. Dando un paso con cuidado, comprobé que mis fuerzas volvían, y me dispuse a explorar el lugar.

A cada paso que daba, comenzaba a entrar en mí un deseo de escapar, acompañado de la angustia de no saber en donde me encontraba. Todo a mi alrededor -las paredes, el suelo y el techo- eran espejos, y al golpear con los nudillos el sonido me indicó que estos debían ser el recubrimiento de gruesas murallas. Los pasillos eran a veces rectos, otros curvos y otros quebrados, siendo cruzados por otros pasillos. De pronto, me invadió una terrible certeza: me encontraba en un laberinto de espejos.

Comencé a correr desesperada, doblando en cualquier recodo, internándome en uno u otro pasillo al azar, desesperándome al verme atrapada. Y entonces ocurrió. Todo se volvió confuso. Las paredes se movían. Se cerraban tras mí. Se abrían por los costados. Cambiaban de ángulo. Me encarcelaban lentamente. Me guiaban hacia donde querían.

Tropecé. Me levanté presa del pánico. Seguí corriendo. Volví a caer. El espejo casi me aplasta. Logré escabullirme a rastras. Corro a ciegas. De vez en cuando miro hacia atrás. Veo que se abre un pasillo a mi costado. Me interno justo antes de que este se cierre nuevamente. Me paro en seco. Todo está a oscuras. Recién entonces me doy cuenta de que a través de los espejos brillaba luz. Los muros no eran del todo huecos. Un chirrido me distrae. Sigo corriendo a oscuras. No me puedo detener.

Siento como todo cambia a mí alrededor. Tanteo desesperada los muros. Encuentro una salida y me precipito por ella. No entiendo por que no hay luz. Tropiezo. Trato de levantarme pero vuelvo a caer. Estoy condenada. No hay salida. Una brillo. Logro escabullirme hacia él. Se cierra el pasaje por el cual pasé. Y aquí estoy.

Espejos. Nada más que espejos. Estoy condenada. Condenada a ver mi reflejo repetirse hacia el infinito, imitando mis movimientos, burlándose de mí. Me fijo en que mi cara está desfigurada por el terror. Solo entonces me doy cuenta de que los movimientos han cesado. Me permito un respiro. Examino la estancia. Me desoriento en el cuarto, pero me alegro de volver a ver. Inspecciono las paredes. Busco donde están los focos de luz. Busco saber como me iluminan desde fuera. La luz es pareja. No entiendo nada. Golpeo con los nudillos. Todo suena igual. Todo suena macizo. No hay salida. Ahora estoy atrapada.

Me dejo caer. Doy mi vida por acabada. No hay comida. No hay agua. Lloro de impotencia. Me acurruco contra una de las esquinas… y esta cede. Me paro asustada. Miro a mí alrededor. Las paredes vuelven a moverse. Se abre un nuevo pasillo. Dudo un instante. ¿Seguir corriendo como un animal acorralado, cayendo en un círculo vicioso hasta morir de agotamiento, o permanecer en mi lugar, siendo aplastada? Las paredes siguen acercándose. ¿Qué hacer? ¿Morir antes o después?

Espejos. Nada más que espejos. Que linda forma de morir.

miércoles, 23 de junio de 2010

...Wahrheit...

...Wahrheit...

...Prólogo...

Por: Daike Rucker

Las estrellas brillaban con fuerza. Aprovechaban la ausencia de la luna para mostrarse en todo su esplendor. Ah, el firmamento. ¿Cuándo fue la primera vez que ese cautivó algún simple alma? La verdad, nadie lo sabe. Desde tiempos inmemorables, el brillo de las estrellas cautivaba a cualquiera que se dignara a mirar sobre su cabeza de noche, volviendo a muchos adictos al misterio que ellas representaban. Hubo quienes sacrificaron su vida por comprenderlas, entregando su desdichado corazón a los lejanos astros. Hubo otros con más suerte, a los cuales se les brindó el apoyo para admirar bajo la protección contra los de su misma raza. Y otros, que simplemente miraban y sonreían para si mismos.

Ah, las fieles guardianas del sueño, que junto a la luna observaban a los durmientes con ojos llenos de amor. ¿Cuántos poemas les habrán dedicado? Infinitos, sin lugar a dudas. La luna, la madre del amor. Las estrellas, las ninfas guardianas de las pequeñas semillas que su astro guía depositaba en una tierra, que en un principio era fértil y luego fue cayendo. A las pequeñas les encantaba jugar a obtener el reflejo más brillante en en el mar, o descubrir quien lograba iluminar mejor alguna hojita de algún árbol perdido en el bosque. Jugaban a descubrir de primeras al conejo que salta entre los arbustos, o ver antes que las otras aquel gorrión que emprende vuelo.

¿Y adivinen quienes eran las juguetonas que danzaban entre los rayos de su madre? Sí, las estrellas. Ah, cuanto amaban danzar entre las pequeñas hebras del pasto, o buscar el rincón más difícil de acceder de aquella corteza milenaria. ¿O competir por quien es la primera en echarle una mirada al mundo que custodian? Sí, todo eso era su entretención principal en tiempos inmemorables, donde la Tierra era hermosa y pura.

Pero cuando una raza se declaró dominante, por el simple hecho de que asesinaba a cualquiera que se le interpusiese en su camino, las pequeñas estrellas -ellas, dulces niñas, retoños de amor- conocieron de pronto la cruel crudeza que superaba demasiado frecuentemente al suave y acogedor amor que el cielo nocturno profesaba. Pronto vieron cómo los hombres y mujeres primitivos encendían hogueras, cegando su brillo, quemando la naturaleza. Pronto conocieron el dolor de ser ignoradas y de fallar en su trabajo de vigilas cuando algún mercenario codicioso asesinaba por robar una que otra pieza de metal dorado.

Lágrimas amargas se desparramaron por la Tierra que pronto dejó de ser el lugar acogedor, para volverse en el lugar en el cual debían sufrir durante las horas nocturnas. Las guerras se volvieron cada vez más frecuentes, y muchas pequeñas murieron de pena, extinguiéndose al ver la cantidad infinita de luces y fuegos que se expandían por los ahora áridos terrenos desolados. Y llegó la tecnología, que prometía avances y mejoras en la calidad de vida de aquellos despreciables seres bípedos, y con ella llegó la electricidad y las noches se iluminaron con miles de estrellas terrenales. Pero estas nuevas estrellas eran tristes y manipuladas, las extinguían y revivían con apretar un botón hasta que tenían que ser remplazadas por nuevas.

Ah, pobres estrellas, que en un parpadeo habían visto como todo se derrumbaba. Ya no habían bosques en los que jugar, y los mares producían tristes y contaminados reflejos. Los animales comenzaron a escasear y muchos se extinguieron, y sus juegos se volvieron macabras películas de terror, las cuales estaban obligadas a presenciar noche tras noche. Ya no despertaban ansiosas por ser las primeras, sino que trataban de retrasar lo máximo posible su aparición.

Y ellas no fueron las únicas que trataban no aparecer, por que la humanidad les dio la espalda cubriéndose con una manta oscura, a través de la cual ninguna luz lograba pasar. Muchas se ahogaron, y las pocas que lograron hacer el esfuerzo por alumbrar nuevamente desparramaron sobre la Tierra su débil luz enfermiza, ahora gris y mortecina. Y las pobres criaturas que solo conocieron estrellas enfermas, las encontraron bellas y esplendorosas. ¿Quién no se ha quedado fascinado, mirando el firmamento pensando que es hermoso? ¿Quién no ha dedicado alguna estrella a su ser amado pensando que le está regalando lo más bello, cuando en realidad está regalando una pobre estrella moribunda?

Y a pesar de todo, a pesar de que ya estaban contaminadas por la enfermedad de la humanidad, las estrellas seguían custodiando y amando sufridamente a los seres que estaban bajo su abrigo. ¿Por qué? Por que son demasiado puras como para rechazar la encomienda del cielo.

Y así se encontraba él, viendo por primera vez las estrellas, viéndolas verdaderamente y dándose cuenta de que no estaban bien. Dicen que los locos son capaces de ver sutilezas y detalles donde otros no ven nada. Él no estaba loco -o al menos, eso pesaba- pero se había dado cuenta de que los pequeños astros se encontraban mal. Quizá por que él también se encontraba mal, quizá por que compartían más pesares de los que cualquiera imaginara, o quizá simplemente por que era su destino. Lo cierto, es que él se fijó por primera vez en ellas y tuvo aquella certeza irrefutable.

Por que él también estaba contaminado por la enfermedad de la humanidad. ¡Maldita enfermedad! Todo lo contamina, todo lo deforma, todo lo destruye. Solo ahora, al final, él era capaz de ver cuan patente era la aberración de esta era. Solo ahora, que ya no tenía salvación, se daba cuenta de cuan contaminado estaba el maldito mundo.

Su mente había dejado de funcionar comúnmente, y todo ya le parecía abstracto, sin sentido, sin razón de ser. Miró hacia abajo, y vio las aguas revueltas danzando en desordenada armonía. Por un momento, se permitió cerrar los ojos e imaginar que todo acabaría. Por un momento, se permitió cerrar los ojos e imaginar que todo volvía a ser normal. Por un momento, se permitió cerrar los ojos e imaginar que lograba su objetivo, y que su alma subía gloriosa a reunirse con las enfermas estrellas. Y no, su objetivo no era acabar con su vida, pero ya no tenía más opciones.

¿Qué hacer cuando se acaban tus opciones? Cuando te das cuenta de que estás muerto, te desesperas y buscas soluciones. Él había buscado, buscado y buscado, y no encontró nada. ¿Ahora? Pues solo le quedaba una opción. Y no desperdiciaría su oportunidad. ¿Y si no lo lograba? Pues entonces, ya al menos no se torturaría ni tendría que sufrir. Por que sufría, eso era obvio. La enfermedad lo había contaminado antes de que se diese cuenta, y se había asentado rápidamente.

El problema, es que muchos eran portadores, y pocos sufrían las consecuencias directas. Lo que sí, indirectamente todos sufrían, solo que no se daban cuenta. Y él miraba con rencor las luces lejanas que se reflejaban a la distancia en la tumultosa agua. Tenía envidia, envidia de que todos “disfrutaran”, cuando él estaba condenado.

Inhaló con fuerza el frío aire nocturno, y dejó que la determinación fluyese por sus venas. Y las estrellas vieron con ternura cómo uno de entre todos los seres destructores de la Tierra se daba por fin cuenta de la verdad, y suspiraron con pesar al ver lo mucho que él había tenido que pasar y sufrir para poder darse cuenta. Por que lógicamente, él no abrió los ojos del día a la mañana...