Expressa-Arte

jueves, 24 de junio de 2010

...Déjalo ir...

...Déjalo ir...

Por: Daike Rucker

Vete. Vete de aquí. Vete de una vez. ¿Por qué no entiendes? Tú te debes ir. ¡Vete! No perteneces a este lugar. ¿Por qué sigues aquí? Ya es suficiente. ¡Vete! ¿Por qué la testarudez? Tu no perteneces aquí. ¡Fuera! Vuelve por tu propio pie. ¿Acaso esperas que te obliguemos? ¡Fuera de una buena vez! Si fuiste lo suficiente intrépida para venir, ¿Por qué no eres lo suficiente inteligente para marcharte? ¡Vete! No nos fuerces. Sabes de lo que somos capaces. ¿Qué es lo que te ata?

Ah. Así que es por eso que no te vas. ¡Ya vete! Sabes que no puedes hacer nada. Ya lo tuviste, ahora déjalo ir. ¡FUE-RA! ¿Cuantas veces te lo tengo que repetir? Recuérdalo en su momento, déjalo partir. Se inteligente, vete. ¡Largo! Admítelo, ya nada puedes hacer. ¡Ni lo pienses! Tu aún tienes una vida por delante. ¡Ya basta! Nuestra paciencia tiene un límite. ¡Tu deseo es imposible! Admítelo, son de dos mundos distintos. ¡Déjalo partir! Esta es nuestra última advertencia. ¡Vete!

Eso es. Así está mejor. Tranquila. No se acaba el mundo. Eso. Guarda tus lágrimas, no te servirán de nada. ¿Viste?, no era tan difícil. ¡Adiós!, y espero no verte durante muchos años.


...Presentimientos...

...Presentimientos...

Por: Daike Rucker

Cuando hoy en la mañana me desperté, sin motivo alguno una sensación de pánico me llenó, y de inmediato no pude evitar pensar en madre. Hace ya tiempo que no la veía, y en el estado de salud que la deje la última vez, me sorprendía que mi consciencia no me hubiese carcomido más.

Supongo, que lo adecuado sería contarlo todo desde el principio, pero me resulta demasiado doloroso recordarlo. Sobre todo, por que se que fue mi culpa. Ya estoy cansado de escuchar una y otra vez que yo no pude hacer nada, porque la verdad es que sí podía hacer algo. Podía hacer mucho. Debí hacer mucho. Debería haber sido yo el que quedase sangrando en la calle, luego de que aquel auto salido de la nada omitiese la luz roja y provocase aquel terrible accidente.

Y que paso? Pues que era el cumpleaños de mi hermana Angeline, la pequeña Angeline. Ella, la alegría de la familia, que había nacido cuando ya no creíamos que madre fuese a tener otro hijo. Ella, la pequeña Angeline, la que nació cuando yo tenía veinte años y a la cual crié casi como una hija propia. La más querida de toda la familia. La más hermosa de toda la familia. ¡Ay que triste y cruel destino que nos gobierna! Aquella debía ser la noche perfecta para ella, y terminó siendo un infierno. Una pesadilla de la cual aún no se si he despertado, y dudo que algún día logre despertar.

Todo parecía perfecto. Angeline, nuestra pequeña Angie, había soplado las quince velitas de su torta de chocolate, su favorita, y había desempaquetado sus numerosos regalos que toda la familia le habíamos traído. Y eran muchos, por que eramos una familia numerosa (mi madre con sus tres hermanos y su hermana, mi padre con sus tres hermanos y dos hermanas, mis cuatro hermanos y mis dos hermanas y todos nuestros primos, que sumaban en total diecinueve y nuestros abuelos y abuelas) y le solíamos hacer más de un regalo. Era nuestra Angie, y la mimábamos con todo lo que teníamos. Recuerdo que le regalé un oso de peluche gigante y una pulsera azul, su color favorito, que tenía una piedra con un espiral grabado. Según había leído, el símbolo proporcionaba protección. ¡Ay! Temo que le regalé la pulsera a la persona equivocada. ¿Por qué no hice caso a mi mal presentimiento aquella mañana? Pero no saco nada con autoculparme. Ya no sirve de nada ver los signos que estaban claros como el agua, porque ya había sucedido la desgracia.

Cuando salimos del restorán, nos encontrábamos todos eufóricos por el éxito de la fiesta de nuestra Angie. Habíamos aparcado al otro lado de la calle, y nos disponíamos a cruzar. En el instante mismo en que madre puso un pie en la calle, me llenó nuevamente aquella sensación de pánico que había experimentado aquella mañana. Anonado, solo pude ver cómo ella cruzaba la calle, y en el instante mismo en que se encontraba al medio del paso peatonal, una camioneta negra pasó volando, arrollando a madre y dejándola inconsciente en el suelo, sangrando sin control.

Llamamos a una ambulancia y se llevaron el cuerpo de madre al hospital, donde lograron a duras penas reanimarla. La camioneta la ubicaron poco después, y el conductor fue arrestado por conducir borracho. Ni siquiera le adjuntaron la pena por intento de homicidio. El hecho de que no tuviera consciencia en su estado y que madre no hubiera muerto le salvaban de muchos años de cárcel. Pero eso no significaba que el bastardo no se los merecía. El muy idiota se había ganado una multa y una noche en la cárcel para que se le despejen as neuronas. Y luego, libre cómo un pájaro.

Pero ese no es el tema. Madre fue trasladada luego de un par de horas de la sala de urgencias, y ya habían pasado tres semanas desde el accidente. Estaba recuperándose asombrosamente bien, pero aún le quedaban unas semanas interna antes de darle el alta.

La pobre Angie quedó traumada luego de ver a madre a las puertas de la muerte, entre el filo de la vida y la muerte. No se separó en ningún momento de la cabecera de la cama que le asignaron a madre, y no pasó ni un solo día sin que llorase por lo sucedido. Yo deseaba ayudarla, ya que era su hermano mayor, pero la culpa me impedía acercarme al hospital. Era mi culpa. Lo sabía. Había sabido desde un principio de que algo malo sucedería aquel funesto día, había sabido desde un principio que algo no estaba bien cuando madre puso un pie en la calle para cruzar, lo había sentido desde un comienzo, pero no había sido capaz de impedir que el accidente ocurriese. ¿Cómo dormir con la consciencia tranquila sabiendo que todo había sido mi culpa?

Y ahora, ese maldito sentimiento me volvía a llenar el pecho, haciendo que quisiese correr desesperadamente sin una meta fija. Me levanté de un salto, dispuesto a no cometer nuevamente le mismo error. Se me había avisado antes, pero yo no había hecho caso. Se me avisaba ahora, y no iba a perder mi oportunidad ni permitir que algo malo sucediese nuevamente.

Me puse unos pantalones y una camisa al azar, junto con unas zapatillas que, sin motivo aparente, me hicieron recordar que había sido Angie la que me las había regalado, diciéndome que “Nunca te cansas de correr de un lado al otro. Pareciese que siempre te falta el tiempo”. Y valla que ahora me faltaba el tiempo. Corrí escaleras abajo de mi departamento, ya que el maldito ascensor estaba malo, pero cuando salí a la calle, me invadió la duda. ¿Adónde debía ir? ¿Quién era el que estaba ahora en peligro? Decidí llamar uno a uno a cada miembro de mi familia, rogándoles que hoy no saliesen de casa pues tenía un mal presentimiento. Ellos, como sabían sobre mi mal presentimiento antes de accidente de madre, me aseguraron que se quedarían en donde estaban. Aquello me alivió, hasta que me di cuenta que había una sola persona a la cual no pude ubicar. O mejor dicho, a dos. Angie y madre.

Corrí desesperadamente hacia el hospital, sin tener tiempo de parar siquiera un taxi. Llegué allí en poco tiempo, ya que viví cerca del edificio. Una vez dentro, pregunté por la habitación de madre, ya que al no haberla ido a visitar, no sabía en donde estaba. Corrí escaleras arriba, pues me di cuenta de que el ascensor era muy lento. Cuando llegué a su habitación, abrí de un portazo, y me encontré con la escena que esperaba con todo mi corazón hallar: Angie sentada a la cabecera de madre, hablándole de trivialidades para distraerla. La risa de ambas fue cómo un regalo de Dios, y me precipité sobre ambas, abrazando fuertemente a Angie y luego a madre. No cabía en mí del alivio.

Entre agradecimientos por encontrarlas a salvo, les comenté de mi mal presentimiento, y luego me dispuse a hablar con madre (cosa que debí hacer hace ya mucho tiempo). Todo parecía salir perfecto, y nos pasamos horas hablando y riendo los tres. Cuando le trajeron el almuerzo a madre, Angie y yo decidimos salir de la habitación para dejarla descansar, y ya que ninguno había traído almuerzo, bajamos a la cafetería a comer algo.

Comimos, reímos, y me olvidé de mis temores. Mientras me contaba de cierto enfermero guapetón que andaba por ahí, entre desaprobaciones mías y risas suyas, me fijé de repente en que no llevaba la pulsera que le había regalado. Cuando le pregunté por ella, Angie simplemente me dijo que se la había prestado a madre, pues consideraba que ella la iba a necesitar más. No se por que, pero en aquél momento me sentí preocupado. Quería que Angie tuviese la pulsera, pues no quería que nada le pasase. Pero ella tenía razón. Madre la necesitaba más y, después de todo, estábamos en un hospital. ¿Qué nos podría pasar?

Así que cuando terminamos, decidimos subir nuevamente para no dejar a madre sola. Y en el momento mismo de que ambos pusimos un pie en las escaleras, el pánico me invadió de nuevo. Aterrorizado, paré a Angie y ambos decidimos subir por el ascensor, pero nuevamente le pánico me invadió. No podíamos subir. Intentamos con otras escaleras, y otros ascensores, pero siempre me entraba el mismo pánico. Al final, Angie se hartó y decidió subir por una escalera al azar. El pánico me dominó y le rogué que no siguiese subiendo, al punto de yo mismo arriesgarme e intentar seguirla. Pero ella ya me llevaba la delantera, y cuando yo apenas había alcanzado a subir unos peldaños, y ella ya estaba por llegar arriba, el tiempo se paró.

Con dolor recuerdo aquellos instantes, en donde sin poder hacer nada veía como de la nada, un esquizofrénico que estaba hospitalizado y supuestamente sedado se había escapado y, en su desesperación por huir, empujó a Angie a un lado. Ella, perdiendo el equilibrio, rodó por la escalera, mientras en uno de los rebotes el desagradable sonido de un hueso al quebrarse llegaba a mis oídos.

Inmediatamente después, llegaron los médicos atendiendo a mi pequeña Angie que yacía entre mis brazos, bañada por mis amargas lágrimas. Nuevamente, lo había sabido. Nuevamente, lo podría haber evitado. Nuevamente, todo fue mi culpa. Esta vez, no fue madre. Esta vez, fue el ángel que iluminaba mi vida. La pequeña Angeline, la dulce y pequeña Angie, la alegría de la familia, la más querida y consentida de todos.

Ella estaba muerta. Lo supe cuando llegó a mis brazos, en medio de una oleada de desesperación y desazón. Luego supimos que, al caer por las escaleras, se había quebrado el cuello y golpeado en la cabeza, produciendo un derrame cerebral. Nada pudieron hacer los médicos, pues según dijeron, ella murió en el acto. Nuestro único consuelo, era que había sido una muerte sin dolor. Menudo consuelo. Era cómo que te quemaran la casa que aún no habías terminado de pagar y que no tenía seguro y te dijesen que por suerte, aún no había pasado el cartero, y que por lo tanto no se habían quemado también las cartas de aquél día.

Por qué? ¿Por qué tenía que ser yo el responsable de su muerte? Me dijeron que no fue mi culpa, que yo no podía prever que un ezquisofrénico que se suponía que estaba sedado y en un estado de casi muerto se escapase y eligiese justo aquellas escaleras para bajar. Que tampoco fue mi culpa el no detener a Angie, pues ella sabía de mi presentimiento y aún así me había desobedecido. ¿Y si hubiésemos tomado otra escalera? Probablemente hubiese sido otro paciente el que se saliese de control y empujase a mi hermana escaleras abajo. ¿Y si hubiésemos subido por un ascensor? Probablemente se hubiese caído o algo así. Sea cómo sea, ella hubiese muerto. O eso decían. Yo sabía la verdad. Se me había avisado. Todos los signos habían estado allí. Yo había vestido algo que me había regalado madre cuando había ocurrido el accidente, e igual que esta vez, había recordado lo que me había dicho. Y había tenido esa preocupación al ver que Angie no llevaba la pulsera. ¿Por qué me preocuparía si no fuese que ese día, Angie debería haber tenido su pulsera puesta? Y había experimentado el pánico cuando ella pisó esas escaleras, y no la había podido detener.

Todo era mi culpa. Igual que la otra vez, solo que esta vez, había estado preparado. Había estado sobre aviso, porque ya sabía lo que significaban los distintos signos. ¿Y qué había hecho? Ver como Angie subía las escaleras, ver como la pequeña Angie era empujada por el ezquisofrénico y rodaba escaleras abajo, hacia su muerte, y sobre todo, tener a Angie en mis brazos mientras la vida le abandonaba. Eso era todo lo que había hecho.

Cuando madre había sufrido el accidente, me pareció que me encontraba inmenso en una pesadilla, de la cual aún no estaba seguro de haber salido, y de la cual no sabía si iba a lograr salir alguna vez. Ahora, que el cuerpo de la pequeña Angie descansaba sin vida entre mis brazos, supe que ya no iba a poder salir de la pesadilla. Porque estaba destinado a cargar con el peso de la muerte de nuestra pequeña Angeline sobre mis hombros. Porque solo yo la había podido detener, y la había dejado caminar hacia su muerte. Y al tener el cuerpo de la que fue la más alegre de la familia en mis brazos, supe que no sería la última víctima de mis presentimientos. Y que al igual que las primeras dos veces, con madre y Angie, no podría evitarlo a pesar de tener todas las posibilidades.

...Drogadicto...

...Drogadicto...

Por: Daike Rucker


Las lágrimas corrían por su rostro. No podía evitarlo. Había fallado. Otra vez. Y lo peor de todo, es que no había sido la primera. Y tampoco sería la última. No podía evitarlo.

Aspiró con fuerza, introduciendo la droga en sus pulmones. Enturbiando su mente. No quería pensar. No quería escuchar. No quería vivir. Pero suicidarse no era opción. ¿O sí?

Hazlo -Dijo aquella voz de su mente- Hazlo y le harás un favor a todos.

Volvió a inhalar. En vano trató de que él desapareciese. Lo odiaba. No lo soportaba.

Pero mi me odias a mi -Objetó la voz- ¿Qué queda para ti?

Lo odiaba. A él. Y a si mismo. Maldición, él siempre sabía donde lanzar sus pullas. Se encargaba de ser un feliz recordatorio e todos sus errores. No lo soportaba.

¿En serio? ¿Tan mala es mi voz? Pero si yo creía que nos estábamos llevando tan bien...

Fumar. Eso era lo único que lo mantenía lo suficientemente poco lúcido como para no llegar a suicidarse. La voz tenía razón. Quizá suicidarse fuese lo mejor que haría en su vida. Pero no podía. Se había enamorado y la había condenado a ella. Y por más que quisiese, ya no podía pensar en acabar con su vida sin sufrir pensando que la abandonaría. La extrañaría demasiado donde fuera que fuese.

Pero ella no te extrañaría. Tu y yo lo sabemos. No después de lo que hiciste.

Fumar. No imaginaba vivir sin su dosis diaria de droga. El dolor y el arrepentimiento eran mil veces mejores si todo te daba vueltas y pensar es algo demasiado abstracto. Pero no desaparecía. Y él se encargaba de recordárselo. Sus errores. Todo lo que no había hecho. Lo que no había sido. Lo odiaba.

Ya sabes que hacer para que me valla.

Sí. Lo sabía demasiado bien. Pero no iba a hacerlo. ¿O sí?

Hazlo y me iré.

Fumó. Con desesperación. Creía recordar que había que resistirse. Pero pensándolo mejor, ¿Por qué no? ¿Qué podía ser peor que la voz de él? Sin él, podría volver a empezar. Olvidar sus errores pasados. Intentar vivir mejor.

Hazlo.

Su mano se dirigió hacia el cajón de su cómoda. Sabía lo que había allí. Lo había comprado hace tiempo. Se había estado resistiendo. Pero ya no había nada que pudiese empeorar.

Hazlo.

Se trasladó al baño de su pieza. Ya no rodaban las lágrimas. Luego sufriría por su amor. Ahora tenía un asunto que atender. Preparó la heroína. Llenó la jeringa y se la clavó en el brazo. No se preocupaba. Nada podría ir peor. Vació la jeringa en su vena. La droga lo golpeó con fuerza. No estaba preparado. Pero había conseguido lo que quería, ¿No?

La risa de él resonó en su mente. Suave al principio. Luego estrepitosa. Se reía de él. E su estupidez. Y entonces lo comprendió. El engaño. Había caído. Igual que la primera vez. Igual que cuando había empezado con las drogas.

¿De veras crees que te dejaría toda la diversión a ti? ¿De veras creías que el deshacerte de mi te dejaría libre?

Se había dejado engañar. Otra vez. Era un círculo vicioso del que ya no sería capaz de salir. Por que él siempre lograba hacerlo caer.

Y de pronto tuvo la certeza de que él ya tenía todo planeado. Que no había sido el primero en caer. Y desde luego, tampoco el último.

Y mientras la droga lo tomaba rápidamente, supo con certeza de que había fallado. Igual que le falló a ella. Igual que le falló a todos. Igual que seguiría fallando.

Por que era un maldito drogadicto...

Historia de una Mosca


Historia de una Mosca

Por: Daike Rucker


Hoy en la mañana por fin sali de mi “empupscion”, mis padres me habían dejado como larva en un trozo de carne donde he comido y crecido. Al mirar a mi alrededor me doy cuenta que me encuentro en un basural… ¡que buenos padres tengo!, en medio de mi felicidad, veo una hamburguesa a medio comer y una botella de Coca-Cola que aún tiene algo de bebida, y dando gracias a dios por tener unos padres tan preocupados por mi, me dispongo a comer mi desayuno.

Luego de comer, vislumbro un camión de basura, y picada por la curiosidad me dispongo a seguirlo para ver adonde va.

Después de volar un rato, mientras pasaba cerca de una plaza, me llega un olor exquisito y olvidándome del camión de basura me apresuro a ir al lugar de origen de aquel olor cautivador, y al llegar al lugar, me doy cuenta que es… ¡caca de perro! Y feliz de la vida me dispongo a comer mi almuerzo con otras mosquitas que han venido a darse un festín.

Luego del almuerzo, decidí hacer una siesta para luego explorar la plaza, y mientras iba volando por ahí… ¡PAF! Una hoja de diario me golpea y me deja mareada, y al volver en mi, miro el titular… “estudios científicos demuestran que las moscas solo viven un día”… ¡¡¡horror!!! ¿Mi vida se acabara en algunas horas?.

Mareada por el shock entro en una casa por una ventana abierta, allí todos se ponen a gritarme como locos, pero en mi deprecion no me doy cuenta, hasta que alguien agarra un matamoscas y ya es demasiado tarde.

Estaba equivocada, no me quedaban horas de vida, sino minutos y segundos.

Aclaración: Daike Rucker es mi nombre real, Danii_13 es uno de mis seudónimos más comunes en internet (también suele ser Danii Vampira o parecidos).

...Sola...

Por: Daike Rucker

Sola. Así he estado siempre. Sola. Así he de estar. Sola. La esencia de mi vida. Sola. Mi única verdad. Sola. Quiero romper el círculo vicioso. Sola. Pero a nadie me puedo acercar. Sola. Siempre soportando el silencio. Sola. No se me puede ayudar.

Sola. El tiempo pasa sin detenerse. Sola. La vida debería acabar. Sola. El mundo cambia y perece. Sola. Pero yo me condeno a respirar. Sola. Los árboles envejecen. Sola. El invierno golpea con crueldad. Sola. Caen las frágiles hojas. Sola. Su abrigo ya no está.

Sola. Y ya no llega ni primavera ni verano. Sola. El bosque morirá. Sola. Y quedará su triste espectro. Sola. Acompañando mi soledad. Sola. Y el sol se mudará. Sola. Y los pájaros dejarán de cantar. Sola. Porque todos de mi huyen. Sola. Por que huyen del mal.

Sola. Y la luna seguirá su rumbo. Sola. Ahora anclada a este lugar. Sola. Porque la luz me rehuye. Sola. Para que otros no vean mi mal. Sola. Y las estrellas se apagan. Sola. Y las nubes me cubrirán. Sola. Las tinieblas serán mi abrigo. Sola. Y me quitarán cualquier rastro de humanidad.

Sola. Y viviré presa de la melancolía. Sola. Torturada por mi propia oscuridad. Sola. Y rogaré por que se me perdone. Sola. Que se me deje ser normal. Sola. ¡Ay cuánto odio mis alas! Sola. Solo recuerdan todo lo que hice mal. Sola. ¡Ay cuánto odio mis tatuajes! Sola. Me catalogan de la oscuridad.

Sola. Cuánto añoro el fuego. Sola. Cuánto añoro el hogar. Sola. Pero todo eso está prohibido. Sola. Porque contagiaría mi maldad. Sola. Ya no recuerdo lo que era la compañía. Sola. Ni el amor de una familia. Sola. Ojalá la muerte me llevara pronto. Sola. Ojalá dejara de odiar.

Sola. Así he estado siempre. Sola. Así he de estar. Sola. La esencia de mi vida. Sola. Mi única verdad.

Sola…


Macumba. Primer Apocalipsis

Macumba

Primer apocalipsis


Bladimir Krushov, pariente lejano del Nóbel de la paz, Mijail Krushov, era alto, vestía trajes ingleses, un Cartier le adornaba la muñeca izquierda, tenia un diploma de Oxford colgado en su despacho que lo convertía en “Doctorado en ciencias epidemiológicas”, lucia un fino bigote francés y un chivo por cuyo corte pagaba 200 €. A la edad de 50 años estaba aburrido del mundo, era un sujeto con un intelecto poderoso, que consideraba al resto de la humanidad, pequeñas cucarachas, estúpidas e insensatas, que vivían sus miserables vidas, ya fuera un empresario megalómano o un mendigo, todos valían exactamente lo mismo: nada. Se ganaba la vida experimentando con diversas enfermedades, para crear curas, pues se temía una próxima guerra bacteriológica.

Un día vio un programa en National Geographic. Veía mucho ese canal pues le gustaba reírse de las sandeces que decía, pero esta vez, en el vio una idea, una idea que hizo que estuviera un año cavilando sobre su realización. Un programa que explicaba como seria la vida si la humanidad desapareciera. El mundo tardaría un tiempo pero terminaría de recuperarse por completo, no quedaría un rastro de obra humana.

-Eso –pensó Krushov- es interesante.

La historia nos a enseñado que las mejores formas acaban con un gran numero de personas eran la guerra, el hambre y las plagas. Plagas como la peste negra o la tuberculosis, que acabaron con gran parte de Europa, esas cosas pasaron por que las condiciones de higiene eran pésimas, además de que la gente viajaba mucho de un lado a otro. Además de la sarta de doctores y medicina, lo único que jugaba a favor de la gente es que vivían relativamente aislados los unos de los otros. En la actualidad, eso no era así. Vivíamos muy congregados y viajábamos constantemente, nuestras condiciones de salud no habían mejorado demasiado y la única razón de que no nos muriéramos como moscas es que vivíamos atiborrados de remedios y doctores que cobraban cuantiosas cantidades por decirte que estas enfermo y darte acceso a medicinas. En la opinión de Krushov este era el escenario propicio para una plaga de proporciones míticas.

Pidió vacaciones, tomo un jet privado que poseía y viajo a una elegante hacienda que poseía al lado del río moscuva, nada mas llegar abrió una botella de vino, subió a una pequeña salita que había en el tercer piso de la mansión y se dedico a tomar vino y reflexionar sobre lo que tenia en mente. En la habitación había un olor que representaba a su poderoso primo, Mijail. Lo tenia pues se lo había regalado su padre antes de morir era quizás el único sobrino vivo al que había soportado. El se lo había robado y le habría dicho “Bladimir, se que odias a tu primo pero no olvides que es hombre muy noble, guarda este cuadro en recuerdo mío y de el”. Sentimentalismos, los odiaba, eran muestras de debilidad valoraciones inútiles y vanas. Bladimir era un hombre sumamente práctico, lógico, maquinal. Poseía un colosal intelecto, pero este esta rigurosamente separado de su espíritu, este potencial lo manejaba solamente un eco enfermo, un hastio contra la humanidad y un sentido practico. Según el, cosas como la moral o la ética únicamente estorbaban en la realización de cualquier cosa. Ese cuadro era el único sentimentalismo que permitía en su vida.

Bladimir Krushov tenía esta personalidad ególatra por culpa de dos factores: su cerebro y su educación, avanzaba veinte veces más rápido de lo normal, un simple caso de hiperactividad mental, su nacimiento fue algo sumamente discreto, todos estaban fijos en su primo por lo que él creció muy solo. Vivía en la riqueza y la abundancia pues su padre era un industrial muy rico, pero nunca estaba con él. Tuvo una infancia en la que vivió prácticamente solo, leyendo y experimentado. Leía de todo, cuando llega a los diez años lo mandaron a un internado. Lo pasó muy mal ahí pues era muy poco sociable. Paso luego a una adolescencia muy callada y reservada. Leía mucha filosofía e historia, mediante la última aprendió sobre las grandes pestes, que le cautivaron y serían la pasión de su vida. Se dedicó a estudiar internamente las enfermedades. Leyó colecciones enteras de virulogía y bacteriología. A los dieciséis años era un experto en el tema con conocimiento de doctorado. Su madre lo tildaba de bicho raro y su padre se limitaba a pagarle las decenas de libros que leía con expresión extrañada. Luego ingresó a Oxford a estudiar ciencias epidemológicas y salió con honores y muchas de ofertas. Pero básicamente creció solo. Tan solo que se convirtió en un sociópata ególatra extremo y narcisista.

Todo el conocimiento que poseía tenia un precio, en su afán de conocimiento viajo a Sudamérica a estudiar y buscar posibles enfermedades en el amazonas. Pero mientras cruzaba un río a nado, una rara variedad de mosquito le había picado en la mano izquierda. Cuando salio del río noto que las venas en la mano estaban moradas e hinchadas. Inmediatamente se cortó la circulación de la mano y se extrajo de la mano con una jeringa. Está salio morada, repitió el proceso muchas veces hasta sacar toda la sangre envenenada. Pero ahora tenía la mano izquierda medio muerta. Aunque a los dos meses su mano volvió a la normalidad, esta era insensible, pero podía moverla. Esto apasionó a Bladimir, pues a decir verdad el virus había inutilizado su mano en cuestión de minutos. Viajó nuevamente al amazonas, y tomando las debidas precauciones buscó la colonia de esos mosquitos. Un enorme y putrefacto árbol. Buscó su nido que era del tamaño de una pelota de playa, rezumante de ponzoña. Con un fumigador poderosísimo adormeció a los mosquitos y los echó con nido y todo en un habitad criogenizada, el chistesito le había costado $50.000 dólares, pero garantizaba poder llevarlo a un ambiente acondicionado en su laboratorio personal a fin de estudiar el veneno de tan interesantes insectos.

Durante un año investigó secretamente desarrollando la fuerza del virus, luego lo adaptó para que se expandiera por el aire, gastó mucho dinero en todo esto, pero logró fabricar a partir de una bacteria, un virus. Luego su siguiente paso debía ser con extremada precaución, vender algo de la naturaleza de un virus al gobierno no era cosa que tomársela a la ligera. Pero con los contactos necesarios todo se podía, él conocía a Samuel Bornaff, más conocido como “El Puente” entre el gobierno y las distintas personalidades criminales con las que trataba. Tendría que ponerse en contacto con él y a su vez este se pondría en contacto el ejército, les describiría el producto y desearía que estos pusieran una oferta, Krushov estimaba que su creación valía $5.000.000.000 puesto que bien empleado podía afectar a prácticamente todo el globo, su efectividad crecía en progresión geométrica. Pero el gobierno le tildó de loco. La policía Rusa fue a buscarlo a su casa pero él había escapado a USA.

Estaba bajando del avión con su maletín de seguridad aislante. Pasó a aduana, un perro se acercó a su maleta y él juró que había llegado su hora, el guardia le pidió que se detuviera, en ese momento Krushov empezó a correr y tiró el maletín que accidentalmente se abrió y los frascos de muestra se abrieron, esparciendo el virus por el aeropuerto y los aviones que salían, que por suerte eran pocos. Solo uno a México y un par a Europa. Mientras tanto Krushov corría y el guardia corrió detrás de él gritándole que se detuviera, pero no se detuvo, el guardia que se pasaba su rutinaria y aburrida vida requisando un contrabando tan emocionante como unos plátanos y que lo único que quería era un poco de acción y que se sentía inmerso ahora en una persecución de película, desenfundó su arma y disparó tres balas dos de advertencia que por la emoción del guardia fueron a dar en las espalda de Krushov. Una de ellas perforó su pulmón izquierdo, cayó al suelo de rodillas y luego bruces, gimiendo de dolor y escupiendo sangre, pero recordó el frasco roto y murió con una sonrisa de sincera felicidad en los labios. El guardia fue procesado por homicidio y uso de la fuerza innecesaria y condenado a veinticinco años de cárcel al día siguiente, en un juicio rápido y cruel.

Este hecho sucedió el 1 de octubre de 1999, condenando a la humanidad a ser exterminada, si tratásemos de buscar culpables nos encontraríamos en un dilema ¿Fue Krushov al crear el virus? ¿Sus padres por no incluirlo en la sociedad y evitar que se convirtiera en un narcisista? ¿Del guardia que abatió al único que conocía la cura? ¿De el mundo por inventar una posible guerra bacteriológica? ¿O quizás simplemente era algo que iría a ocurrir y nadie tiene la culpa? realmente no importa el como, el donde, el por que, si no lo que sucedió, el virus tenia la capacidad de matar a un humano en 5 días, en las primeras 72 hrs. experimentabas fuertes dolores musculares y un descontrol irregular de la s funciones del cuerpo. Tenias descontrol en los esfínteres y en el parpadeo, pero a los 3 días experimentabas un colapso, empezabas a convulsionar y a tener fiebres altísimas, y 48 hrs. después morías de fiebre y de agotamiento. El virus se esparció en USA y México, Europa estaba empezando a contraerlo, todo esto en el primer día, al segundo Asia y África junto con Sudamerica lo tenía. Al tercero Oceanía ya estaba contaminada y a partir de eso l humanidad solo contaba con una semana de vida, para el 6 de octubre solo quedaba un 9% de los habitantes de USA y Mexico, durante los siguientes 3 días murio el 90% de la población humana del mundo. los sobrevivientes habían sido pequeñas comunidades alejadas de la sociedad, como los amish y otros guapos aislados, junto con pueblos que se habían cerrado y aislado disparando a los que se acercaban. Madagascar se había salvado destruyendo el aeropuerto y poniendo vigilancia en los puertos. Dentro de estos pueblos había el conocimiento técnico necesario para subsistir y los medios para autoabastecerse pero no durante muchos días. Todo eso no importaba, pues la paginal final de la humanidad ya estaba escrita.

El infierno habia colicionado y el macumba ha llegado.

...Espejos...

...Espejos...
Por: Daike Rucker

Espejos. Nada más que espejos. Después de esto, seguro que nunca más me acercaría a uno… si es que había un después. No quería volver a ver ese maldito vidrio en mi vida. Pero estaba condenada. Condenada a ver mi reflejo repetirse hacia el infinito, imitando mis movimientos, burlándose de mis cada vez más desesperados intentos por escapar. No me merecía esto, pero nadie me había preguntado si de verdad era lo que quería. Simplemente sucedió, y no lo pude evitar.

Estaba en mi hogar, un apacible refugio en el bosque. Amaba la naturaleza, y más cuando llegaba la época invernal, cuando los árboles quedaban desnudos y el suelo se cubría de nieve. De hecho, me encontraba admirando los frágiles copos que caían, arrastrados por el viento en su caída hacia el blanco colchón que ya habían formado sus hermanos, cuando sentí un golpe en la nuca y todo se oscureció.

Cuando amanecí, me sobresalté al encontrar frente a mí una muchacha, que tenía en su rostro pintada una expresión de sorpresa. Tardé algo así como un minuto en darme cuenta de que me encontraba frente a un espejo, y que la muchacha era mi reflejo. Algo aturdida, me pasé una mano por la nuca, sintiendo una costra bajo mis dedos. De golpe, volvieron a mí los recuerdos, y comprendí que alguien me había secuestrado.

Parándome con cuidado, sentí como mi cabeza daba vueltas y me apoyé en el vidrio para no perder el equilibrio. Cuando el mareo mitigó, me di la vuelta y descubrí que había más de un espejo… de hecho, el lugar en el que me encontraba parecía que ocupaba estos como muros. Dando un paso con cuidado, comprobé que mis fuerzas volvían, y me dispuse a explorar el lugar.

A cada paso que daba, comenzaba a entrar en mí un deseo de escapar, acompañado de la angustia de no saber en donde me encontraba. Todo a mi alrededor -las paredes, el suelo y el techo- eran espejos, y al golpear con los nudillos el sonido me indicó que estos debían ser el recubrimiento de gruesas murallas. Los pasillos eran a veces rectos, otros curvos y otros quebrados, siendo cruzados por otros pasillos. De pronto, me invadió una terrible certeza: me encontraba en un laberinto de espejos.

Comencé a correr desesperada, doblando en cualquier recodo, internándome en uno u otro pasillo al azar, desesperándome al verme atrapada. Y entonces ocurrió. Todo se volvió confuso. Las paredes se movían. Se cerraban tras mí. Se abrían por los costados. Cambiaban de ángulo. Me encarcelaban lentamente. Me guiaban hacia donde querían.

Tropecé. Me levanté presa del pánico. Seguí corriendo. Volví a caer. El espejo casi me aplasta. Logré escabullirme a rastras. Corro a ciegas. De vez en cuando miro hacia atrás. Veo que se abre un pasillo a mi costado. Me interno justo antes de que este se cierre nuevamente. Me paro en seco. Todo está a oscuras. Recién entonces me doy cuenta de que a través de los espejos brillaba luz. Los muros no eran del todo huecos. Un chirrido me distrae. Sigo corriendo a oscuras. No me puedo detener.

Siento como todo cambia a mí alrededor. Tanteo desesperada los muros. Encuentro una salida y me precipito por ella. No entiendo por que no hay luz. Tropiezo. Trato de levantarme pero vuelvo a caer. Estoy condenada. No hay salida. Una brillo. Logro escabullirme hacia él. Se cierra el pasaje por el cual pasé. Y aquí estoy.

Espejos. Nada más que espejos. Estoy condenada. Condenada a ver mi reflejo repetirse hacia el infinito, imitando mis movimientos, burlándose de mí. Me fijo en que mi cara está desfigurada por el terror. Solo entonces me doy cuenta de que los movimientos han cesado. Me permito un respiro. Examino la estancia. Me desoriento en el cuarto, pero me alegro de volver a ver. Inspecciono las paredes. Busco donde están los focos de luz. Busco saber como me iluminan desde fuera. La luz es pareja. No entiendo nada. Golpeo con los nudillos. Todo suena igual. Todo suena macizo. No hay salida. Ahora estoy atrapada.

Me dejo caer. Doy mi vida por acabada. No hay comida. No hay agua. Lloro de impotencia. Me acurruco contra una de las esquinas… y esta cede. Me paro asustada. Miro a mí alrededor. Las paredes vuelven a moverse. Se abre un nuevo pasillo. Dudo un instante. ¿Seguir corriendo como un animal acorralado, cayendo en un círculo vicioso hasta morir de agotamiento, o permanecer en mi lugar, siendo aplastada? Las paredes siguen acercándose. ¿Qué hacer? ¿Morir antes o después?

Espejos. Nada más que espejos. Que linda forma de morir.