Expressa-Arte

lunes, 5 de julio de 2010

Sombras en la Oscuridad


Por: Vale Escobar

Primera parte


Se sentía cansada, todo su cuerpo le dolía, el aire era pesado, a penas si podía respirar. La oscuridad era absoluta.

Su desesperación crecía segundo a segundo.

Automáticamente comenzó a golpear los lados internos de la pequeña caja en la cual se encontraba. Era un golpeteo descontrolado, descoordinado. Lo intentó con todas sus fuerzas. El oxigeno se agotaba rápidamente. Su capacidad física se apagaba, tenía la intención de seguir, pero su poder mental también se esfumaba.


Caía tierra, había aire fresco, aire nuevo.


Despertó boca abajo sobre el pasto. Ya era de día, pero estaba nublado.

El olor era delicioso, una variedad eterna de aromas de flores.

El cansancio que sentía se reflejaba en sus parpados cerrados.

Giró sobre su propio cuerpo para quedar de espaldas en el pasto húmedo.

Respiraba con ganas, profundamente, como si fuera su último minuto en la tierra, pero no, no era así. Había logrado escapar, ganarle a la muerte, no quería caer tan pronto, no caería tan pronto.

Abrió lentamente sus ojos, disfrutando cada segundo en el cual la luz entraba, inundando todo de vida y de color.

Se sentía feliz, más que nunca, era algo que salía de lo más profundo de su alma. Quería reír, gritar de felicidad. Se sentía poderosa, victoriosa. Se sentía mas viva que nunca. Ya nada le dolía. Nada le hacía daño.

Los variados colores de las flores brillaban como nunca, a pesar de que las nubes grises no asomaban ni un rayo de sol.

Corría viento, el aire era fresco, pero eso a ella no le molestaba.

Respiró hondo y se incorporó, mirando a su alrededor, se dio cuenta de que se encontraba en la mitad de un claro, el cual estaba rodeado por un profundo y extenso bosque de pinos.

No se levanto a caminar si no hasta el atardecer, cuando las nubes se teñían de unos fuertes tonos de lila, rosa y naranjo. Era un paisaje hermoso, quizás el mas bello que ella hubiera visto.

La verdad era que no recordaba ni su propio nombre. Nada anterior al terrorífico suceso de la noche pasada.

La luz de la luna se abría paso entre las dispersas nubes, era una luna llena, que iluminaba todo el claro, dejándolo en distintos tonos de negro y gris.

Estaba tranquila, pero ya no sentía felicidad. Se encontraba desprotegida, en medio de un claro, sola, sin agua, sin comida y a varios kilómetros del pueblo.

Le aterraba la sola idea de tratar de salir del bosque y perderse en el intento.

No se atrevió a dar ni un paso mas allá de donde se encontraba.

Se recostó en el suelo, con un frío escalofriante, que la inundó de inseguridad, de miedo a la noche, de terror a las sombras en la oscuridad.

Un bello cantar de pájaros se escuchaba y hacía eco entre los árboles.

No recordaba el momento en el cual sus ojos se rindieron ante el cansancio. Se había quedado contemplando las estrellas, y las abstractas figuras que formaban en el oscuro cielo. “su primera noche”, o por lo menos la única que recordaba.

El día estaba nublado, era idéntico al anterior.

Ya no estaba feliz, solo la amargura de la soledad le hacia compañía, una compañía bastante irónica. A esto se le sumaba la impotencia de no recordar nada. Frustración, quería llorar, y solo preocuparse de su tristeza, pero no podía. Su garganta estaba seca, no recordaba cuando había sido la última vez que bebió algo. Su estomago crujía, las necesidades básicas tomaban el control de su cuerpo.

Decidió adentrarse en el bosque para buscar algún riachuelo y un par de frutos.

Se encontraba al borde de la fatiga cuando encontró una pequeña franja de agua que corría traviesa atravesando el bosque. La hizo sentir bien, le dio fuerzas para seguir, en busca de algo para comer.

Intentó no alejarse mucho del claro, el lugar mas familiar y “seguro” en el cual podía estar, parecido en cierto modo a un hogar. Luego de encontrar un par de frutas y beber mas agua volvió.

Ya estaba oscureciendo, las nubes en tonos rosa y anaranjado eran casi tan bellas como las del día anterior.

Se sentó sobre el pasto, hacía frío, corría viento helado, moviendo a los grandes pinos de un lado a otro. Recién ahí se percató de que solo llevaba puesta una polera manga corta, unos pescadores de tela muy delgados y unas zapatillas Converse.

Su ropa estaba sucia, llena de barro y otras sustancias que no pudo reconocer. Se tocó la cabeza, su pelo cobrizo estaba enredado, lleno de ramitas y hojas secas. Bajando por la nuca tenía un chichón, le dolía, y mucho.

Las dudas se sembraban en su interior, quería saber; quien era, cual era su historia, que le había ocurrido, como había llegado a esa caja bajo tierra. Eran algunas de las preguntas se hacía sin conseguir respuestas.

No consiguió dormir. Estaba desprotegida, sería presa fácil de cualquiera que quisiera hacerle daño. Sentía que la muerte la asechaba, buscando el momento preciso para atacar. Buscando su revancha.


El cielo despejado, el sol se asomaba a lo lejos entre los altos pinos. Estaba amaneciendo.

Ya podía contemplarlo en todo su esplendor. La aliviaba, la luz del día le daba un poco mas de seguridad.

Nubes grises empezaron a invadir el cielo rápidamente.

El paisaje volvía a ser igual que los días anteriores.

Quería salir de ahí, ir a un lugar mas seguro, lejos del desprotegido claro y tenebroso bosque. Pero para salir tenía que atravesarlos, cruzar junto a los murmullos del viento entre los grandes pinos.


Llevaba horas caminando, había recolectado frutas y tomado mucho agua.

Entre las ramas no se asomaba la luz, era todo oscuro. A ratos tomaba descansos, estaba agotada, no había dormido, y eso solo lo empeoraba.

Ya casi al anochecer vio luces a lo lejos, y sonrió. De nuevo la felicidad, la gratitud, lo había logrado.

Quizás algunos animales que jugaban entre los árboles, o el viento que le hablaba al oído. Tenía miedo. Comenzó a correr en dirección a las lejanas luces que aparecían entre los pinos. Más rápido, a menudo se tropezaba con raíces y ramas, pero siguió. Las luces estaban cada minuto mas cerca. Estaba a punto de salir, cuando sus pies se enredaron en una rama y cayó.


Tosió un poco y escupió la tierra que había entrado en su boca.

Aún era de noche, la luna estaba en lo mas alto del cielo, resplandeciente, era la única fuente de luz que iluminaba la calle.

Ella estaba en el suelo, al borde del bosque, unos metros mas adelante estaba la acera, casi a la salida del pequeño pueblo.

Se levantó lentamente, dando pasos suaves y cuidadosos.

Ya estaba en la calle, pero no quería hacer ruido, no quería que la gente la viera.

De vez en cuando pasaban autos, pero no se percataban de su presencia, era como si ella simplemente no existiera.

Agarrando confianza, caminó más segura entre las casas, que a esa hora refugiaban a sus habitantes dormidos.

Se sentía parte de la noche, una sombra en la oscuridad, sin que nadie, de los pocos que circulaban a esas horas de la noche, la viera.

Corría viento y el aire era fresco, pero ya no se sentí desprotegida como en el…

-¡AH!- fue un grito ahogado. Alguien le tapaba la boca, con una mano firme y a la vez delicada sobre ella y la otra la abrazaba por sobre los hombros, sujetándola para que no se escapara.

- Tranquila, soy yo, soy yo- susurró en su oído la tranquila voz de un joven.

Tenía el grito atrapado en su garganta y no lo podía soltar.

- yo sabía que tu estabas bien, lo sabía- le dijo, aliviado, como si le hubieran quitado una enorme carga de encima.

Gritó tan fuerte como pudo, desde lo más profundo de su alma.

Para el era algo desgarrador, pero hizo lo posible para tranquilizarla.

-¿si te suelto, te calmas?- Le rogó.

Asintió, desesperada por escapar.

Lentamente sus manos dejaron de hacer presión sobre ella, y con delicadeza y ágilmente la giró para quedar cara a cara.

-¡Melanie! Yo sabía, estaba seguro, pero nadie me creía. ¿Qué te pasó? ¿Dónde estuviste? ¡OH Melanie! Gracias a dios- La abrazaba desesperadamente, de vez en cuando tomaba su cabeza y la besaba en la frente. Estaba realmente feliz.

- ¡Déjame! ¡Aléjate!- le gritó ella- ¡Suéltame! ¡No se quien eres, no te conozco! ¡Aléjate!

-Melanie, soy yo, Daniel-.

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