Expressa-Arte

jueves, 24 de junio de 2010

...Espejos...

...Espejos...
Por: Daike Rucker

Espejos. Nada más que espejos. Después de esto, seguro que nunca más me acercaría a uno… si es que había un después. No quería volver a ver ese maldito vidrio en mi vida. Pero estaba condenada. Condenada a ver mi reflejo repetirse hacia el infinito, imitando mis movimientos, burlándose de mis cada vez más desesperados intentos por escapar. No me merecía esto, pero nadie me había preguntado si de verdad era lo que quería. Simplemente sucedió, y no lo pude evitar.

Estaba en mi hogar, un apacible refugio en el bosque. Amaba la naturaleza, y más cuando llegaba la época invernal, cuando los árboles quedaban desnudos y el suelo se cubría de nieve. De hecho, me encontraba admirando los frágiles copos que caían, arrastrados por el viento en su caída hacia el blanco colchón que ya habían formado sus hermanos, cuando sentí un golpe en la nuca y todo se oscureció.

Cuando amanecí, me sobresalté al encontrar frente a mí una muchacha, que tenía en su rostro pintada una expresión de sorpresa. Tardé algo así como un minuto en darme cuenta de que me encontraba frente a un espejo, y que la muchacha era mi reflejo. Algo aturdida, me pasé una mano por la nuca, sintiendo una costra bajo mis dedos. De golpe, volvieron a mí los recuerdos, y comprendí que alguien me había secuestrado.

Parándome con cuidado, sentí como mi cabeza daba vueltas y me apoyé en el vidrio para no perder el equilibrio. Cuando el mareo mitigó, me di la vuelta y descubrí que había más de un espejo… de hecho, el lugar en el que me encontraba parecía que ocupaba estos como muros. Dando un paso con cuidado, comprobé que mis fuerzas volvían, y me dispuse a explorar el lugar.

A cada paso que daba, comenzaba a entrar en mí un deseo de escapar, acompañado de la angustia de no saber en donde me encontraba. Todo a mi alrededor -las paredes, el suelo y el techo- eran espejos, y al golpear con los nudillos el sonido me indicó que estos debían ser el recubrimiento de gruesas murallas. Los pasillos eran a veces rectos, otros curvos y otros quebrados, siendo cruzados por otros pasillos. De pronto, me invadió una terrible certeza: me encontraba en un laberinto de espejos.

Comencé a correr desesperada, doblando en cualquier recodo, internándome en uno u otro pasillo al azar, desesperándome al verme atrapada. Y entonces ocurrió. Todo se volvió confuso. Las paredes se movían. Se cerraban tras mí. Se abrían por los costados. Cambiaban de ángulo. Me encarcelaban lentamente. Me guiaban hacia donde querían.

Tropecé. Me levanté presa del pánico. Seguí corriendo. Volví a caer. El espejo casi me aplasta. Logré escabullirme a rastras. Corro a ciegas. De vez en cuando miro hacia atrás. Veo que se abre un pasillo a mi costado. Me interno justo antes de que este se cierre nuevamente. Me paro en seco. Todo está a oscuras. Recién entonces me doy cuenta de que a través de los espejos brillaba luz. Los muros no eran del todo huecos. Un chirrido me distrae. Sigo corriendo a oscuras. No me puedo detener.

Siento como todo cambia a mí alrededor. Tanteo desesperada los muros. Encuentro una salida y me precipito por ella. No entiendo por que no hay luz. Tropiezo. Trato de levantarme pero vuelvo a caer. Estoy condenada. No hay salida. Una brillo. Logro escabullirme hacia él. Se cierra el pasaje por el cual pasé. Y aquí estoy.

Espejos. Nada más que espejos. Estoy condenada. Condenada a ver mi reflejo repetirse hacia el infinito, imitando mis movimientos, burlándose de mí. Me fijo en que mi cara está desfigurada por el terror. Solo entonces me doy cuenta de que los movimientos han cesado. Me permito un respiro. Examino la estancia. Me desoriento en el cuarto, pero me alegro de volver a ver. Inspecciono las paredes. Busco donde están los focos de luz. Busco saber como me iluminan desde fuera. La luz es pareja. No entiendo nada. Golpeo con los nudillos. Todo suena igual. Todo suena macizo. No hay salida. Ahora estoy atrapada.

Me dejo caer. Doy mi vida por acabada. No hay comida. No hay agua. Lloro de impotencia. Me acurruco contra una de las esquinas… y esta cede. Me paro asustada. Miro a mí alrededor. Las paredes vuelven a moverse. Se abre un nuevo pasillo. Dudo un instante. ¿Seguir corriendo como un animal acorralado, cayendo en un círculo vicioso hasta morir de agotamiento, o permanecer en mi lugar, siendo aplastada? Las paredes siguen acercándose. ¿Qué hacer? ¿Morir antes o después?

Espejos. Nada más que espejos. Que linda forma de morir.

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